SOBRE MÁRMOL, UN CARNAVAL DEL CUERPO
Cada exposición de Glenn Jampol es una experiencia, una nueva exploración de las formas del arte. Es un artista lúdicro que no cesa experimentar con lo que ve y nos propone a la vista. Desde su exposición en Berlín, abierta festivamente el mismo día de la caída del muro, Glenn Jampol proponía una serie de rupturas con la noción de espacio y jugaba con la percepción de lo que está fuera y dentro del cuadro. Como si "derribar los muros" fuera una meta de su arte en una asombrosa coincidencia histórica.
Hace poco, en otro episodio de experimentación obsesiva e igualmente lúdicra, Glenn Jampol llevó a cabo una reinvención carnavalesca de los letreros públicos, letras e imágenes, que abundan en las calles y las carreteras de Costa Rica.
Ahora el punto de arranque parece ser la materia que ha elegido como sustrato de sus cuadros: el mármol. Piedra de connotación fría que el artista ha vuelto cálida a fuerza de color y de luz. Pero también a fuerza de figuras abstractas que implican una ligera huída de la helada geometría rigurosa al refugiarse en grietas y manchas más naturales, más producto de los accidentes de la naturaleza que de una planeación implacable.
Pero antes de nada, estas piezas de mármol que ha elegido en vez de papel, madera o tela, imponen a cada obra una luminosidad excepcional, casi una transparencia básica de los colores que se extienden y condensan sobre la superficie extrañamente translúcida. Tal vez engañosamente translúcida. Los amarillos, los naranjas y hasta los verdes y azules al retomar una nueva consistencia sobre el mármol se benefician y muestran un asombroso esplendor.
Inmediatamente después se hace evidente que el mármol sugiere al artista más que impone un principio de fidelidad incipiente a las formas accidentales de la piedra: grietas, cuarteadoras, burbujas, manchas se convierten en trazos del cuadro, en parte integrante de su estética. Son arrebatados a la naturaleza por la decisión del artista de dejarlos o modificarlos. Pero conservan la marca de un origen que antecede y rebasa al artista. Quien juega y los retoma pero no se subordina completamente a estos caprichos geológicos. Lo que en principio crea una tensión saludable entre las formas que crea y las que explora, produciendo a final de cuentas lo que vemos: un festival abstracto del arte acoplándose con una gama de accidentes de la naturaleza presentes en la piedra sobre la que se pinta.
Las grietas parecen algunas veces orillas de una costa marina vista desde al aire. Y el pintor las repasa como si caminara sobre ellas. Pero luego deja en su propio trazo otras orillas igualmente accidentadas pero esta vez por su pulso incierto o deliberadamente resquebrajado. Lo que significa que el cuerpo del artista realiza en estos cuadros un gesto teatral, hace un "performance" sobre el mármol de orilla a orilla: de la orilla de su piel y su pulso a la orilla del tiempo largo que se requiere para que la naturaleza afecte una roca de mármol. El artista se rebela contra esa disparidad absurda y regresa a la plenitud del instante, que es el tiempo de sus propias grietas, de sus orillas.
Además, el artista deja que la huella de su mano permanezca en cada brochazo, en cada decisión o recorrido de sus pinceles. Eso abre para nuestra mirada un espacio donde el cuerpo del artista se anuncia plenamente y, es más, muestra su plenitud. Es como un cuerpo que baila, que se mueve a sus anchas en cada pieza. Y a la alegría de cada composición se suma la alegría del cuerpo que la ejecuta. Y, por extensión gozosa, se suma el cuerpo que mira: nosotros. Estos cuadros son un verdadero carnaval del cuerpo sobre el mármol. Y un momento de plenitud en la obra siempre sorprendente y gozosa de Glenn Jampol.
Alberto RUY-SÁNCHEZ
México DF
Marzo, 2004
ON MARBLE, A CARNIVAL OF THE BODY
Every exhibition of Glenn Jampol is an experience, a new exploration of the forms of art. He is a mischievous artist that never ceases to experiment with what he sees and then he invites us to view it. Since his exhibition in Berlin, the festive opening day coinciding with the falling of the wall, Glenn Jampol has wrought a series of ruptures with the idea of space and has played with the perception of that which lies outside and inside the picture. It is as if "demolishing the walls" was a goal of his art in a remarkable historical coincidence.
A short while back, in another episode of obsessive experimentation and equally capricious, Glenn Jampol brought to light a carnival like reinvention of public signs, letters and images that are abundant in the streets and boulevards of Costa Rica.
Now, the point of breaking ground seems to be the substance that he has chosen as the substratum of his paintings: marble. A stone of cool connotations that the artist has warmed through the force of color and light. But also the strength of abstract figures that imply a weightless flight from the frozen and rigorous geometry that finds refuge in the very natural cracks and stains, more a product of the accidents of nature than implacable planning. But above all else, these pieces of marble that he has chosen, instead of paper, wood or cloth, impose on every work of art an exceptional luminosity, almost a fundamental transparency of colors that extend and condense over the strangely translucent surface. Perhaps deceitfully translucent: The yellows, the oranges and even the greens and blues while establishing a new consistency to the marble, display and benefit from an amazing splendor.
Immediately afterward, it becomes evident that the marble suggests to the artist that he must impose a principal of nascent fidelity to the accidental forms of the stone: cracks, divisions, bubbles and stains that become part of the painting, are an integral part of its aesthetic. They are snatched away from their natural state by the artist’s decision to either leave them or transform them. But they conserve the mark of their origin that proceeds and transcends the artist. They play and renew, but they do not succumb completely to those geological whimsies. That which in principle creates a healthy tension between the forms that it creates and those that it explores, finally produces what we see: an abstract festival of art coupled with a progression of accidents of nature present in the stone over which he paints.
The cracks appear at times like the banks of a maritime coast seen from the air. And the painter wanders as if he was walking over them. But later, in his own trail he leaves other edges equally accidental but this time for the deliberately uncertain or fractured pulse. The significance is that the artist in those paintings generates a theatrical gesture, he makes a "performance" on the marble from edge to edge: from the edge of his skin and his pulse, to the edge of the eons it requires so that nature could affect a piece of marble stone. The artist rebels against that absurd disparity and returns to the excesses of the moment; it is time for his own cracks from his own edges.
Moreover, the artist leaves the track of his hands in every brush stroke, on each decision or wandering of his brushes. That releases a space for our viewing, where the artist’s body fully declares itself and even demonstrates its breadth. It is like a dancing entity that shifts its vastness in each piece. And the joy of each composition is the totality of the pleasure of the body that creates it. And, in the extension of this pleasure, there is the addition of the body that is seen: us. These paintings are an indisputable carnival of the body on marble, and a moment of plentitude in the always surprising and pleasurable work of Glenn Jampol.
Alberto RUY-SÁNCHEZ
México DF.
March, 2004